Revista de Filosofía
Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela
ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
Esta obra se publica bajo licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional
(CC BY-NC-SA 4.0)
https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/
Adela Cortina, Hannah Arendt y Victoria Camps. Miradas teóricas
y aportaciones prácticas a la convivencia escolar en tiempos de
conflictividad multifactorial
Adela Cortina, Hannah Arendt and Victoria Camps. Theoretical Views and
Practical Contributions to School Coexistence in Times of Multifactorial
Conflict
Jesús Alfredo Morales Carrero
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-8379-2482
Universidad de Los Andes Mérida - Venezuela
lectoescrituraula@gmail.com
DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.11138382
Resumen
En la actualidad, la sociedad en general enfrenta una de las crisis más destructivas de la
historia de la humanidad. La emergente conflictividad como resultado de la injusticia y
exclusión reinante en el contexto social, amenaza con reducir las condiciones de coexistencia
en las que cada sujeto alcance su operatividad funcional, la consolidación de su autonomía
y el ejercicio pleno de su libertad. Esta investigación como resultado una revisión
documental, integración los aportes tanto teóricos como prácticos de las autoras: Adela
Cortina, Hannah Arendt y Victoria Camps a la convivencia social y, en específico a la escolar;
dejando entrever posibilidades para la construcción de espacios para el entendimiento
recíproco, la paz y la tolerancia como valores comunes a cada autora, a partir de los cuales
lograr que los individuos que asisten a la institución educativa alcancen actuaciones cívicas
fundadas en el respeto a la diversidad sociocultural, el reconocimiento y comprensión
empática de otros modos de ver el mundo así como a la adopción del consenso que amplíe
las oportunidades para convivir en condiciones favorables al desarrollo multidimensional e
integral. Se concluye, que la vida escolar por la confluencia dinámica de fuerzas sociales,
culturales e ideológicas, demanda la construcción de principios rectores de la convivencia
que transformados en acciones estratégicas, conduzcan a cada individuo en un garante
responsable de estrechar lazos de encuentro y reconocimiento, valores universales de los que
depende el desarrollo de actitudes ciudadanas y comportamientos cívicos que garanticen la
recuperación del tejido social, la vida pacífica y segura.
Palabras clave: conflictividad multifactorial, convivencia escolar, acciones estratégicas,
educación en valores, actuación cívica.
_______________________________
Recibido 14-12-2023 Aceptado 15-03-2023
Abstract
Currently, society in general faces one of the most destructive crises in human history. The
emerging conflict as a result of the injustice and exclusion prevailing in the social context
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 54
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
threatens to reduce the conditions of coexistence in which each subject achieves its
functional operability, the consolidation of its autonomy and the full exercise of its freedom.
This research resulted in a documentary review, integrating both theoretical and practical
contributions of the authors: Adela Cortina, Hannah Arendt and Victoria Camps to social
coexistence and, specifically, to school life; revealing possibilities for the construction of
spaces for reciprocal understanding, peace and tolerance as values common to each author,
from which to ensure that the individuals who attend the educational institution achieve
civic actions based on respect for diversity, sociocultural, the recognition and empathetic
understanding of other ways of seeing the world as well as the adoption of consensus that
expands the opportunities to live together in conditions favorable to multidimensional and
integral development. It is concluded that school life, due to the dynamic confluence of
social, cultural and ideological forces, demands the construction of guiding principles of
coexistence that, transformed into strategic actions, lead each individual into a responsible
guarantor of strengthening ties of encounter and recognition; universal values on which the
development of citizen attitudes and civic behaviors that guarantee the recovery of the social
fabric, peaceful and safe life depends.
Keywords: multifactorial conflict, school coexistence, strategic actions, education in
values, civic action.
Introducción
La convivencia escolar como cometido ampliamente reconocido en los programas
educativos y en las agendas globales que procuran el encuentro de los seres humanos desde
el respeto y la reciprocidad, precisa en Arendt un referente que invita al proceder ciudadano
y al entendimiento entre diferentes; lo cual, supone una revalorización de la pluralidad que
procura la búsqueda de elementos culturales y sociales comunes, a partir de los cuales
estrechar los lazos de unidad entre agrupaciones con modos diferentes de ver el mundo
(Galindo, 2015).
Esta persistente confianza en la consolidación de una vida en comunidad dignificante
de la condición humana, le atribuye a la educación en valores una preponderante
importancia por ser la responsable de conducir al individuo hacia la actuación civilizada,
cuyo fundamento se encuentre anclado en el comportamiento ético del que se desprenden
virtudes importantes como: la templanza, el autodominio y el ejercicio de la disciplina
razonable, como principios a partir de los cuales otorgarle viabilidad a las relaciones entre
seres humanos tanto en el contexto educativo como social (Camps, 2000).
Este desafío asociado con el vivir juntos en paz y armonía, involucra el ineludible
compromiso institucional en torno a la creación de los fundamentos para el entendimiento
entre individuos y agrupaciones, como principio rector garante de la existencia del Otro, que
insta no solo a la convivencia sino a la prosecución conjunta de la paz como valor
cohesionador de la vida en sociedad (Arendt, 2005); en tal sentido, el cuidado de la
existencia como un valor común plantea la praxis del sentido histórico-civilizatorio que
implica organizar la existencia en torno a cometidos comunes, en los que el ejercicio de la
autonomía y la libertad sirvan como el sostén de la convivencia humana.
De allí, el énfasis en promover la interacción significativa y profunda entre individuos,
con la finalidad de reducir las brechas creadas por la discriminación y la violencia, hasta
lograr que mediante la escenificación del conflicto, los individuos logren precisar la
importancia de respetar el espacio del Otro, logrando de este modo la visibilidad que
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 55
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
conduzca a la expresión de la pluralidad y al encuentro ciudadano. Desde esta perspectiva,
la actuación apropiada de quienes confluyen en el contexto educativo, demanda no solo la
unidad en lo que a creencias refiere, sino al derecho de coexistir sin la exaltación de unos
sobre otros.
En tal sentido, la idea de estar juntos y en armonía como aspiración ampliamente
reconocida por la educación, supone la organización de los parámetros de la convivencia,
con el propósito de superar las diferencias que permean la diversidad de sujetos que acuden
a la institución escolar, logrando que su inclusión verdadera se encuentre cimentada en el
respeto a la pluralidad, como valor que por sus implicaciones supone la valoración de las
particularidades sociales y culturales desde la aceptación que supone estrechar nexos que
fortalezcan la vida colectiva; para Arendt (2005), esto supone significativamente el manejo
de los prejuicios y el fortalecimiento de los nexos socioculturales que garanticen la inclusión
de todos en igualdad de condiciones.
En correspondencia Camps (2011b), reitera que el ejercicio pleno de la libertad como
parte de la autonomía para actuar y decidir, constituye un modo de dignificar al ser humano,
al hacerle consciente de la importancia de poner en práctica el operar en función de
parámetros que si bien es cierto, le facultan para accionar por sí mismo, también le indican
pautas sobre lo que deberá evitar con la finalidad de no incurrir en la transgresión de la
integridad del otro. Este respeto por la autonomía del otro tiene un peso importante en la
convivencia pacífica y armónica, por entrañar el proceder consciente y responsable que
procura evitar el daño y sí, en cambio, aportar activamente a la protección de los más
vulnerables.
Por consiguiente, promover la convivencia socioeducativa sugiere el trabajo colectivo
en torno a la praxis de valores que no solo estrechen los nexos humanos sino que inste a la
voluntad de resguardad al otro, de respetarlo y asumirlo como un igual; esto implica dejar
de vivir para mismo y adoptar el cooperativismo y la convivialidad, como el valor que
involucra el sentido de unidad y apertura para superar el individualismo haciéndolo
sostenible en el tiempo hasta lograr una cálida compenetración que reduzca la sensación de
amenaza y amplíe los afectos de una nueva confianza que inste a todos al compromiso de
cohesionar voluntades en razón de una vida plena en comunidad (Camps, 1999).
Esto supone en palabras de Arendt (2018), un esfuerzo por la consolidación de la
denominada convivencia plural, que procura otorgarle visibilidad a otros modos de vida, a
cosmovisiones diversas, a posiciones sobre el mundo y las identidades que particularizan a
quienes confluyen en contexto escolar, a las cuales asumir desde la aceptación que conduce
a todos a proceder bajo la premisa que no estamos en el mundo, sino que formamos parte
de la diversidad humana condición sobre la que es posible fortalecer la convicción sobre el
convivir pacíficamente; por ende la existencia de diversas posiciones en ocasiones
contrapuestas, supone para la institución educativa una posibilidad para estrechar lazos de
encuentro social, histórico y cultural, en el que cada sujeto asumiéndose permeado por una
herencia común logre comprender al otro, integrándolo y comprendiéndolo desde los
referentes semejantes que acercan a un entretejiendo posibilidades de coexistencia.
Es preciso indicar, que en las autoras trabajadas la idea de encuentro y respeto
recíproco supone darle visibilidad en igualdad de condiciones a los diversos sujetos que
confluyen en el contexto escolar independientemente de su pertenencia; esto refiere a la
posibilidad de estrechar lazos de interacción, de aceptación plural y de diálogo, como
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 56
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
virtudes cívicas que elevan el sentido ciudadano y la disposición para intercambiar puntos
de vista, tomar decisiones y gestionar conflictos de manera oportuna. En razón de lo
planteado, esta investigación como resultado de una revisión documental, deja ver las
aportaciones de Adela Cortina, Hannah Arendt y Victoria Camps a la construcción de
espacios para la convivencia escolar, dejando ver aspectos tangenciales a partir de los cuales
enfrentar la conflictividad multifactorial por la que atraviesa la escuela como factor de
socialización.
1. Adela Cortina. Formar para el ejercicio de la ciudadanía global
Construir las condiciones para el ejercicio pleno de la ciudadanía global, involucra
esfuerzos multidimensionales provenientes de los diversos factores de socialización, en
quienes recae la responsabilidad de fomentar a lo largo de la vida el desarrollo de actitudes
vinculadas con la recuperación de la confianza, la solidaridad y la inclusión, como valores
tangenciales a partir de los cuales reivindicar la necesidad de dignificar la vida del ser
humano en todos los contextos de los que participa.
El énfasis en la formación de actitudes éticas y cívicas, constituye una idea tangencial
de la obra de Cortina, que insta al desarrollo de una mentalidad flexible capaz de asumir el
respeto al pluralismo como un requerimiento para hacer frente a las exigencias propias de
la convivencia sana; para la autora, toda sociedad debe alcanzar la praxis de los nimos
morales que ayuden en el proceso de construir una sociedad democrática, en la que cada
individuo logre descubrir la importancia de actuar en libertad y sin ninguna limitación que
le impida comunicar y practicar sus convicciones (Cortina, 2000).
Este elevado nivel de conciencia individual permite que los sujetos que asisten a la
institución educativa reduzcan los prejuicios y den lugar a la coexistencia de
heterogeneidades a través del respeto a la diversidad social y cultural, como fundamento del
“reconocimiento de la dignidad de la persona y de sus derechos” (Cortina, 2000: 21). Esto
como requerimiento para el ejercicio de una vida plena y feliz, supone el despliegue de una
convicción razonada que redunde en la ampliación del sentido de coexistencia, en el que el
énfasis se encuentra en el cultivo de la autonomía y la actuación con apego a valores
universalmente exigibles.
Para ello Cortina (2002), propone que la formación en valores constituye la vía más
efectiva para fomentar actitudes decentes y respetuosas que ayuden a superar la crisis de
convivencia, a la cual es posible abordar desde la praxis de la justicia y la igualdad, como
principios rectores desde los que es posible construir ciudadanos comprometidos y
responsables. Esto plantea como desafío, consolidar instituciones educativas fiables que,
como espacios democráticos y seguros se conviertan en modeladores de comportamientos
altruistas y empáticos que ayuden a apuntalar los cimientos de una sociedad cohesionada.
En consecuencia Cortina (2021), adjudica especial importancia al proceder activo de
las instituciones educativas en torno a la responsabilidad de delinear iniciativas, proyectos
y programas a los que la autora denomina esfuerzos vinculados con el buen vivir, que
procuran, entre otras aspiraciones incluir a los más vulnerables, asumiendo que sus
particularidades sociales y culturales les hacen merecedores tanto de respeto como de
reconocimiento. Esto como un desafío generalizado de las instituciones del Estado, supone
la recuperación de la confianza en el ejercicio de la ciudadanía, como el proceso que implica
establecer acuerdos, definir límites de actuación y concretar compromisos en torno a los
modos de relacionamiento.
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 57
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
Según Cortina, la educación que procura convivencia socioeducativa debe involucrar
el desarrollo de la importancia de labrarse un buen carácter, es decir, potenciar virtudes
vinculadas con la vida humana, la capacidad para adaptarse a los cambios y cultivar el
sentido de la corresponsabilidad, como requerimientos para estrechar nexos sociales que
conduzcan a la construcción de espacios justos, en los que prime la felicidad y la justicia,
pero además, en los que se procure reducir la vulneración del otro, otorgándole las
condiciones necesarias para coexistir sin discriminación por motivos sociales, culturales e
ideológicos.
En razón de lo expuesto, convivir supone reducir las implicaciones del individualismo
y, en consecuencia, adoptar el camino de volvernos más humanos a través de la
interiorización de nuestra corresponsabilidad con el cuidado propio y el de quienes integran
nuestro contexto de vida; esto sugiere la toma de conciencia y el desarrollo de la capacidad
crítica para precisar los efectos nocivos de nuestras acciones, lo cual, como proceso asociado
con la elevación de las condiciones de vida en sociedad involucra el redimensionamiento del
“yo social”, que posiciona al individuo en el verdadero sentido de apertura hacia la
aceptación del otro.
Para Cortina, la convivencia socioeducativa se vinculada con el desarrollo del
potencial humano que se debe en parte a la denominada cooperación inteligente encargada
de sumar a la reciprocidad, al altruismo y a la adaptación que va sufriendo nuestra realidad;
frente a la cual, se hace inminente tanto el convencimiento como el compromiso con el
proceder moral, el trato justo e inclusivo, como valores que permitan fortalecer el verdadero
sentido de vivir en sociedades democráticas. Este énfasis en el sentido de la cooperación
como una manera de ampliar los lazos de encuentro entre sujetos con cosmovisiones
diferentes, reclama fomentar la interdependencia, el encuentro respetuoso y el
reconocimiento del otro por su condición humana, aspectos que además de estimar la valía
del individuo permite “vivir en forma plena, evitando infligir sufrimiento, procurando para
ello evitar el anteponer intereses individuales” (Cortina, 2013: 137).
Lograr estos cometidos demanda esfuerzos institucionales y educativos en torno a
educar en la ciudadanía, como el proceso que involucra la promoción de valores que hagan
de la vida en sociedad, un espacio común para la interacción respetuosa entre individuos y
grupos socioculturalmente diversos; esto con la finalidad de alcanzar la consolidación del
sentimiento de valía desde la reciprocidad, que procura entre otros cometidos “acondicionar
el mundo para que podamos vivir en él plenamente como personas” (Cortina, 2009: 188).
Acondicionar nuestra existencia involucra la praxis de una convivencia mediada por valores
que, como principios rectores del comportamiento y la actuación humana, contribuyan con
la habitabilidad de los diversos contextos en los que el individuo hace vida.
Seguidamente Cortina (2009), enlista una serie de valores universales,
específicamente morales, que procuran estrechar los lazos de relacionamiento positivo entre
individuos, entre los que precisa “la libertad, la justicia, la solidaridad, la honestidad, la
tolerancia activa, la disponibilidad al diálogo, el respeto a la humanidad en las demás
personas y en la propia” (p. 189). Según Cortina, elevar la operatividad de las virtudes
humanas constituye el punto de partida para consolidar sociedades cívicas, cuya capacidad
para aprender esté acompañada de la conciencia moral que garantice la existencia del otro.
De allí, el énfasis en que el obrar del ser humano debe conducirse hacia procesos de
integración y cohesión, en el que las diferencias logren desdibujarse hasta lograr el diálogo
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 58
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
verdadero que logre racionalizar las consecuencias de dañar al otro, de practicar el rechazo
y de no reconocer los puntos de vista en torno a la vida; frente a este desafío, la formación
ética supone la posibilidad para lidiar con las diferencias desde el respeto, que implica dejar
a un lado el oscurecimiento de la conciencia y, en su lugar, adoptar una posición inclusiva,
cuyo sentido de apertura apueste por una sociedad más humanizada, dispuesta a reconocer
sus obligaciones, sus derechos y los deberes que giran en torno a la vida en comunidad
(Cortina, 2002).
Esto obliga la referencia a la necesidad de considerar como parte de la educación en
ciudadanía, la promoción de la benevolencia para comprender empáticamente al otro, para
dejarlo actuar en libertad y autonomía, para ver en sus prácticas y modos de vida
posibilidades para el encuentro, para el reforzamiento eminente de la dignidad, para el
descubrimiento de elementos tanto sociales y culturales que nos acercan más que
distanciarnos (Cortina, 1999).
En tal sentido, la educación en valores como idea subyacente en los planteamientos
de Cortina, pretende promover aspiraciones colectivas que instan a la praxis del trato
igualitario entre los seres humanos, en el que el reconocimiento de las particularidades
ideológicas, sociales y culturales sean vistas como parte de los rasgos que nos identifican,
que nos hacen diversos; este reconocimiento del otro como parte de los aspectos que
fundamentan la justicia social, involucra también la apropiación de una serie de valores
cívicos, entre los que se mencionan “la libertad, la igualdad, la solidaridad, el respeto activo
recíproco y paritario, así como el manejo del diálogo simétrico que permita la resolución de
problemas comunes” (Cortina, 2009: 193).
Para la autora, estos valores cívicos tienen el potencial de transformar los procesos de
relacionamiento humano al alentar el compromiso y la corresponsabilidad del individuo con
el proceder en función de respeto a la libertad ajena; a la cual, como principio rector de la
vida en comunidad se le adiciona la condición de igualdad que nos hace a todos portadores
de una dignidad que debe superponerse por encima de los intereses individualistas.
Interiorizar la idea de ser iguales en dignidad, se entiende como una virtud ciudadana que
la institución educativa debe privilegiar dentro de los procesos de enseñanza, en un intento
por redimensionar las oportunidades vitales que permitan a todos participar, expresarse y
manifestar su voluntad en condiciones paritarias.
De allí, que Cortina indique una serie de valores vinculados con la convivencia social
que por implicaciones en la praxis permiten procesos de relacionamiento positivo en el
contexto educativo, a decir, el respeto activo valor consistente en escuchar, reconocer y
valorar el sentido de valía que merece todo ser humano por su condición; este respeto activo
como fundamento de la democracia supone la reducción de la intolerancia, la exclusión y la
indiferencia con el otro. En sentido operativo, se entiende como un valor positivo que
apuntala “el soportar que otros piensen diferente, tengan principios de vida feliz diferentes
a los míos, por lo que el interés en los proyectos y en su comprensión, despierta la disposición
por ayudarles a llevarlos adelante” (Cortina, 2009: 202).
Del mismo modo, se precisa un especial énfasis en el valor de la solidaridad, al que
Cortina le adjudica el poder para cohesionar y entretejer lazos de fraternidad, así como el
despliegue de vínculos sólidos que hagan posible la emergencia del interés en volverse co-
participe de la vida del otro, de sus iniciativas, de las posibilidades de integración sinérgica
de esfuerzos en torno al sobrevivir bien; esto implícitamente se entiende como el eslabón
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 59
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
que potencia la empatía y, en consecuencia, minimiza los efectos de la discriminación y el
poder destructivo del sufrimiento (Cortina, 2021).
Lo dicho involucra la promoción de la solidaridad grupal y universal, como dos modos
en que este valor se manifiesta; la primera supone el desarrollo de la convicción sobre la
interdependencia, del cual se desprende el sentido de la cooperación que nos permite ver en
el otro aquello de lo que adolecemos y que da lugar a la complementariedad; mientras que
la segunda, favorece la convivencia fundada en el sentido de apertura a la pluralidad y a la
diversidad. Por lo general, esta se manifiesta desde el punto de vista operativo “cuando dos
personas actúan pensando no solo en el interés particular de los miembros del grupo, sino
también de que todos pueden ser afectados por la actuación irracional e insensible de alguno
de sus miembros” (Cortina, 2009: 205).
Con respecto a la solidaridad universal, es preciso acotar su estrecha vinculación con
el verdadero sentido de ciudadanía, que procura eliminar las barreas socioculturales e
ideológicas y fortalecer la espontaneidad voluntaria, es decir, la disposición amistosa para
cooperar con el otro, acogiéndolo con amabilidad simplemente por su condición humana a
la cual se le adjudica la inclusión verdadera. Esto supone, accionar desde la dimensión
preventiva en torno al manejo del individualismo, la sensibilización con respecto a los
derechos fundamentales y a la praxis de valores asociados con la integración social, como
dimensiones potenciadoras de la construcción de una vida en común que permita la
autorrealización plena y el alcance de una vida dignificante.
Estos cometidos como resultado del actuar ético, procuran elevar el respeto
intergrupal, aportándole al individuo un quehacer reflexivo que le conduzca a precisar la
importancia de la libertad positiva, como el valor responsable de potenciar convicciones en
torno a la reconocimiento de la dignidad que reposa sobre cada quien, la cual, por estar
respaldada por los derechos humanos fundamentales, principios y garantías definen límites
de actuación que imposibilitan la perpetración de daños, la vulneración de la integridad y
redimensionan la sensibilidad frente al individualismo, aportando con esto a la construcción
de espacios saludables, funcionales y solventes moralmente (Cortina, 2000).
En razón de lo expuesto, la vocación ética como medio impulsor del respeto a las
diferencias sociales, culturales e ideológicas, se deja ver en Cortina como el marco creador
de la denominada vida feliz, en la que cada quien actuando en correspondencia con los
deberes universalmente exigibles, amplía las oportunidades para concretar el desarrollo de
la autonomía, del diálogo armonizador y de la determinación para entender posibilidades
para el encuentro, en los que se tiendan los puentes de reconciliación que sumen al
patrimonio común de la humanidad, la convivencia dignificante. Esto refiere a la supresión
de sentimientos egoístas y, en su lugar, alcanzar la praxis del altruismo como el sentimiento
social, que al ser cultivado amplía las posibilidades de alcanzar la satisfacción individual”
(Cortina, 2000: 26).
En síntesis, la convivencia tanto escolar como social dependen significativamente de
la recuperación de valores morales que transmitidos por la familia y reforzados por las
instituciones educativas, le aporten al ciudadano en formación la convicción en torno a la
praxis de la justicia y la igualdad, como valores universales que, además de componentes
tangenciales de la construcción de sociedades democráticas, también constituyen la
posibilidad de recuperar la afección del sujeto a la adopción del verdadero sentido de
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 60
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
ciudadanía, que demanda de cada quien la disposición para respetar la coexistencia de los
proyectos personales del otro.
2. Hannah Arendt. El reconocimiento de la pluralidad, igualdad y
diversidad de los seres únicos
La preocupación por la consolidación de la paz y el abordaje de los mecanismos que
necesarios para la erradicación de los factores que histórica, social y culturalmente han
atentado contra la convivencia social, constituyen modos de reivindicar el derecho a la
existencia que debe asistir a cada individuo. Este planteamiento como eje que transversaliza
la obra de Arendt, supone la posibilidad real de ejercer con autonomía, independencia y en
condiciones de libertad sus intereses individuales; esto deja ver en los aportes de la autora,
un elemento tangencial para la vida en sociedad, se trata de la manifestación plena de la
voluntad humana como un rasgo definitorio del alcance de un estado de civismo, en el que
el reconocimiento recíproco se erige como un modo de alcanzar la superación de las
imposiciones, las arbitrariedades, el trato hostil y la exclusión (Arendt, 2006).
Según Galindo (2015) en Arendt se precisa el reconocimiento a la pluralidad como
una expresión característica de la humanidad, que en todos los tiempos ha demandado una
re-definición de la idea de consenso y reconocimiento, como valores universales que median
los nculos sociales en un intento por impulsar la libertad, virtud pública inherente a la
posibilidad de vivir juntos en un mundo en el que priman las coacciones. Para la autora, la
coexistencia de la diversidad dentro de un mismo espacio social depende significativamente
del concierto de voluntades en torno a la construcción de un mundo común, en el que cada
sujeto-miembro logre no solo la trascendencia sino además la ruptura con los factores que
fragilizan la vida en sociedad.
En tal sentido, la construcción de vínculos humanos sólidos que apuntalen la vida en
comunidad, supone la interacción entre los pluralismos y las creencias, proceso que insta al
encuentro ciudadano sensible en el que cada sujeto movilice su accionar hacia la
revitalización de lazos morales que cohesionen la existencia en torno a la comunión entre
las diferencias, la diversidad de perspectivas y cosmovisiones, como dimensiones a partir de
las cuales cimentar las posibilidades de compartir en un mundo común, en el que sea posible
que el encuentro con los otros se consolide; de allí, que en Arendt, se precise la idea del
espíritu público como una cualidad ciudadana que insta a la recuperación del diálogo y la
conciliación en los asuntos que atañen a todos, hasta lograr el alcance de la construcción de
un espacio común en el que todos asuman el encuentro que le aporta consistencia a la vida
en comunidad (Arendt, 2018; Galindo, 2015).
En estos términos Arendt reitera que la convivencia en cualquier escenario de la vida
social demanda esfuerzos asociados con el respeto y el reconocimiento a las opiniones
diversas, a la existencia de un mundo compartido y a la manifestación de identidades que
puestas en diálogo le den cabida a las posibilidades de estar juntos como seres únicos con la
convicción de apostar por el bien común, en el que la iniciativa de todos gire en función de
anular las fronteras dibujadas por los prejuicios. Este intercambio entre individuos con
pertenencias diversas se entiende como el eslabón desde el que es posible alcanzar la
aceptación plural que además de garantizar la inclusión efectiva del otro, también da lugar
al despliegue de los recursos necesarios para lograr la convivencia.
De allí, el énfasis en la formación para el ejercicio pleno de la libertad, que involucra
para quienes participan del contexto educativo la disposición de la voluntad para respetar la
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 61
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
pluralidad de cosmovisiones desde la fraternidad, es decir, desde el acogimiento que además
de ampliar las posibilidades de relacionamiento funcional, también se entiende como
mecanismo para estrechar lazos de proximidad que amplíen la posibilidad del encuentro
entre lo diverso, en cuyo propósito tangencial se encuentra el alcance de la unidad, valor
universal a partir del cual construir un mundo común que favorezca la cohabitación de
todos.
Para Arendt, la idea de proximidad entre sujetos con pertenencias múltiples supone
el tratamiento justo e igualitario, como valores universales que procuran reducir los efectos
de la homogeneización a la que la educación tradicional ha apostado y, frente a la cual, el
accionar institucional en tiempos modernos propone suprimir, asumiendo el compromiso
que en modo alguno reduzca lo diverso, ni lo desdibuje anulando su existencia; sino más
bien, redimensionando la importancia de la libertad como medio para crear espacios
plurales en los no solo se garantice la manifestación plena de las cosmovisiones particulares,
sino además, la trascendencia generacional de comprender al otro, de estimarlo como un
par, de concebirle desde la liberad que le asiste, como condición mediadora del
involucramiento verdadero.
Este compromiso con la aceptación de la diversidad ideológica y sociocultural, se
entiende en Arendt como el eje vertebrador de vínculos humanos sólidos, desde los cuales
posible vehicular actuaciones empáticas que al cimentar el trato igualitario recíproco, dan
espacio a la emergencia de principios importantes para la convivencia socioeducativa, a
decir: la mediación nexos sustentados en la igualdad, eje articulador de la praxis de la
justicia, que propone, entre otros aspectos la búsqueda de una convivencia transversalizada
por el sentido paritario al que se deben adherir los sujetos en formación; la sustanciación de
la participación activa y de la pluralidad de pensamiento, requerimientos de los cuales se
desprende la organización de la vida digna; finalmente, el abordaje de los prejuicios como
los responsables de la destructividad humana, se debe dar desde la interacción profunda
entre sujetos que, al instarles al uso de la razón amplían la comprensión de las idiosincrasias
personales otorgándole de este modo la capacidad de juicio que reconoce la diversidad en
todas sus manifestaciones.
En tal sentido, el alcance de la convivencia escolar también se vincula con el uso del
pensamiento crítico, como el medio para elevar la disposición del sujeto para estrechar
vínculos auténticos que hagan compatible la existencia; una existencia fundada en la praxis
de la libertad consciente que conduzca al sujeto a la adopción de las leyes, de las normas y
convenciones sociales para orientar sus acciones hacia el establecimiento de vínculos
humanos responsables. Esta libertad supone, entre otros aspectos, el diálogo racional que el
sujeto establece consigo mismo y, que le permite precisar razones lógicas y sobre cómo llevar
adelante la vida diaria si afectar al Otro, sin coaccionarle ni reducir el radio de acción de su
voluntad.
Este proceder dentro del marco de la libertad como resultado de la socialización del
individuo, implica la creación de lazos de compatibilidad entre los intereses personales y los
colectivos, en un intento por guiar el accionar humano hacia modos de relacionamiento
virtuosos en los que prime la concepción compartida de la cohabitación como la forma de
garantizar la existencia independiente y autónoma (Arendt, 2018). Para la autora, colocar
en diálogo los intereses individuales se erige como una estrategia a partir de la cual manejar
las rivalidades y, por consiguiente establecer puentes de encuentro que revitalicen el sentir
común de consolidar la actuación ciudadana.
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 62
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
Este énfasis en la promoción de la libertad positiva, tiene su razón de ser en la
superposición de lo que me es permitido hacer con respecto a lo que no se debe, lo cual
refiere a la templanza para estimar las posibles consecuencias de las acciones propias sobre
los demás, es decir, sobre su integridad, su dignidad, su moral, dimensiones estas que
demandan esfuerzos voluntarios sustentados en la convicción de no infringir los límites, de
respetar las normas en común y de hacer prevalecer el interés colectivo que deviene del
compromiso ciudadano. En estas condiciones, se considera posible la articulación de los
sentidos en torno a la construcción lazos cohesionadores que permitan ajustar nuestras
actitudes a los requerimientos reales y fomentar la pertenencia global que insta a reconocer
las particularidades socioculturales (Arendt, 2018).
Según Galindo (2015), la convivencia se entiende como un valor superior, el ideal al
que aspiran los programas educativos de todos los niveles y modalidades, que involucra todo
un engranaje de principios asociados con la ampliación de las posibilidades de existencia de
la humanidad. Esta idea ampliamente compartida por Arendt, refiere entre a la
responsabilidad de las instituciones formales en la tarea de garantizar la consolidación de
relaciones de entendimiento desde el entendimiento recíproco, como el proceso que
procura, entre otras cosas, fortalecer el reconocimiento a la diversidad que permea a cada
individuo, haciéndolo un ser particular que goza del derecho a la existencia digna.
Este acercamiento a los referentes de Arendt con respecto a la convivencia saludable,
involucra la promoción del sentido de pertenencia a un mundo común, en el cada individuo
sea capaz de compartir valores que le permitan relacionarse positivamente con sus pares,
asumiendo desde la corresponsabilidad la tarea de superar las diferencias y sí, en cambio,
otorgarle prevalencia al sentido de apertura a los modos de vida que coexisten en el espacio
del que se es parte activa. Este genuino respeto por la diversidad tiene como fundamento la
posibilidad de compartir opiniones, formas de ver el mundo y de valorar que, en medio de
los elementos que particularizan a cada individuo, también se precisan rasgos a partir de los
cuales conciliar el encuentro.
De allí, el énfasis en el rol de la educación como proceso al servicio de la promoción
del sentido de apertura, que invita a la squeda de nuevas posibilidades para la praxis de
la tolerancia genuina, que estima en la diversidad la oportunidad para dialogar entre rasgos
culturales y sociales que sustancien la capacidad de vivir sin discriminación y sí, en cambio,
desde la aceptación activa e inclusiva que conduzca al reconocimiento del abanico de
opiniones y posturas que confluyen en el contexto educativo. Según Arendt, este encuentro
entre sujetos ideológica y culturalmente diferentes, insta al diálogo que da lugar a la
expresión de pluralidad, en el que además y a través del establecimiento de condiciones se
llegue a la consolidación de la igualdad ciudadana que sustente los fundamentos de la
construcción de un mundo común.
Esto plantea el involucramiento de un requisito que sustancia la convivencia, se trata
de la posibilidad de participación y actuación en igualdad de condiciones, en el que los
factores mediadores de las relaciones interpersonales se encuentren cohesionados por
mecanismos de comunicación que, además de apuntalar las oportunidades para gestionar y
reducir los conflictos, también ayuden a descifrar el verdadero sentido de los modos
particulares de ver la realidad, dejando que cada sujeto reconozca su propia valía, desde la
cual le sea posible actuar de manera consciente sin transgredir al otro. En estos términos, la
posibilidad de acción de términos de libertad alcanza su concreción en el respeto por la
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 63
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
autonomía, la adopción de la sensibilidad y la responsabilidad, que procura entre otras
cosas, evitar la confrontación destructiva.
Para Arendt, las particularidades de la condición humana y su indefectible tendencia
a la conflictividad, demanda esfuerzos interactivos entre los individuos que conforman el
contexto educativo, proceso que le confiere tangencial importancia al diálogo, al uso de la
palabra y al manejo del discurso conciliador que redimensione las posibilidades del buen
vivir. Esto como parte de la formación ciudadana implica “entablar el diálogo que siente las
bases para estar juntos y actuar, privilegiando la construcción de del verdadero sentido de
comunidad” (Galindo, 2015: 70).
Según Arendt (2005), este sentido de comunidad supone la adopción del compromiso
con la inclusión en el marco de la justicia social, que reconoce la igualdad de todos, proceso
que implica el actuar libre de prejuicios que oculten aspectos del pasado, entre otras razones,
por contender los fundamentos del distanciamiento que sustancia la discriminación, la
violencia e intolerancia, a la que se le adjudican la propensión destructiva de los vínculos
sociales. Para la autora, la convivencia sana y fructífera involucra la capacidad humanada
para ordenar, jerarquizar y priorizar por aquellos valores que favorecen el entendimiento y
la coexistencia, superando los efectos ideológicos responsables de sumir a la humanidad en
caos y conflictividad.
Por consiguiente, la construcción de espacios educativos para la vida pacífica y
armónica, demanda el establecimiento de acuerdos que fundados en criterios inclusivos
apuntalen el reconocimiento de las particularidades de todos, como el ideal que transforme
a cada individuo en artífice de la consolidación de un mundo justo y equitativo, que libere a
quienes lo conforman de las ataduras socio-históricas y lo encaminen hacia la adopción de
actitudes ciudadanas. Desde la perspectiva de Arendt, el punto de partida para lograr el
entendimiento, inicia con la reducción de la desconfianza entre unos y otros, hasta lograr la
conciliación que amplíe las posibilidades para proceder de manera razonable y
esperanzadora en pro de resguardar el patrimonio común de la humanidad, su diversidad
social, hisrica y cultural, que si bien es cierto, nos particulariza también nos une en muchos
aspectos.
De allí, que se considere la posibilidad de redimensionar el convivir todos en
conjunto superando los intereses individuales en un intento por evitar la auto-aniquilación,
la cual como resultado de la escasa capacidad para gestionar conflictos heredados, se ha
convertido en un factor de riesgo para la integración indisoluble que nos conduzca a una
vida dignificante en la que todos alcancen la expresión de su propia manera de pensar, actuar
y percibir el mundo en condiciones de libertad plena. Frente a este desafío, Arendt (2005)
propone que la salvación de la humanidad involucra la eliminación de la frivolidad y el
egoísmo, por valores que apuntalen el libre albedrío y la conciencia que por fortalecer la
convicción sobre la inclusión evite la dominación y la imposición de unos sobre otros.
Para ello, se considera imprescindible la comprensión del denominado doble sentido
de la pluralidad, que refiere por un lado a la valoración crítica de las particularidades que
permean al otro, de su estilo de vida, de las prácticas y representaciones que cada sujeto
tiene sobre el mundo y quienes lo conforman; y, seguidamente, la reiterativa idea de que
somos iguales, pero a la vez contamos con una carga histórico-cultural que nos particulariza
y, que determina los modos como establecemos y construimos vínculos de relacionamiento
positivo.
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 64
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
En razón de lo propuesto Arendt, deja ver un concepto importante para la
construcción de la denominada convivencia escolar, se trata de la diversidad perceptual
como requerimiento para comprender al otro, asumiéndole desde las razones que motivan
su forma de actuar y proceder, desde las actitudes que al ser sometidas al diálogo fecundo y
armónico potencian la condición de iguales y el repliegue al interés común que no es otro
que el entendimiento como valor al servicio de la vida en comunidad.
Este compromiso con la vida colectiva en paz y armonía, involucra procesos
importantes para los actores del contexto educativo, que tienen que ver con la deliberación,
la reunión y el intercambio que coadyuve con el proceso de establecer acuerdos de
convivencia, referentes de encuentro y el descubrimiento del verdadero significado de
sustituir los intereses individuales por los vinculados con el bien común, que sustancien la
anulación de las fronteras y extiendan puentes de encuentro que conecten espacios íntimos
que amplíen la visibilidad del otro. En otras palabras, se trata de aumentar la capacidad para
establecer nexos desde la comprensión empática, que apuntalen la disposición para actuar
como ciudadanos, virtud cívica que insta al enaltecimiento del proceder respetuoso y
corresponsable.
Lo dicho como fundamento del respeto a la diversidad y la práctica de la tolerancia,
implica el reforzamiento de la afinidad como el medio para establecer lazos de vinculación
sólidos que garanticen la configuración del contexto educativo y social en un espacio para la
coexistencia, en el que cada individuo precise su lugar, los límites de actuación y, del mismo
modo, el reconocimiento de sus pares, dejando a un lado la lucha por intereses ideológicos
mezquinos que pudieran conducir a la violencia y, en su lugar, adoptar actitudes de apertura
hacia el relacionamiento pacífico que ve en el Otro a un par, merecedor del trato digno y
respetuoso (Arendt, 2005).
Esto plantea la superación de los prejuicios mediante el establecimiento de procesos
de intercambio comunicativo que le otorguen el verdadero sentido a la convivencia
cotidiana; lo cual, por estar vinculado con el discernimiento de los factores socio-históricos
que nos han separada, supone la aceptación de las idiosincrasias personales amplían la
sensibilidad crítica que conduce a la comprensión profunda de las razones que median la
actuación del otro, y que le sirven de referentes para estrechar nexos positivos fundados en
el establecimiento de límites y en la configuración de esfuerzos que asuman la cosmovisión
de quienes participan del contexto educativo hasta lograr que su posición flexible frente al
mundo le ayude a comprender que en medio de la universalidad existen elementos que nos
definen como sujetos particulares (Arendt, 2005).
Para Arendt, la vida en cualquier espacio de la sociedad debe estar mediada por la
reducción de los intereses personales y, en consecuencia la adhesión a la auténtica igualdad
que estima e incluye desde el reconocimiento a la pluralidad la condición de ciudadano que
le asiste al otro. Esta preponderancia intencional de los valores cívicos pone el énfasis en la
superación de las diferencias, que sustentada en el diálogo como mediador del accionar
autónomo, conduzca a los sujetos que participan de la vida escolar a estrechar lazos de
interdependencia que superen cualquier actuación nociva que procure fragilizar la
integridad multidimensional del diferente.
Desde la perspectiva de Arendt (2005), la convivencia humana y, en específico la
educativa, debe estar mediada por el establecimiento de acuerdos que, partiendo de la
divergencia de opiniones y posiciones conduzca a los sujetos que participan de este contexto
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 65
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
a la construcción de un clima en el que cada quien actúe sin coacción y dominación, y sí por
el contrario se establezcan nexos mediadores del trato igualitario y justo, en el que cada
individuo asuma el desafío de resguardar al otro como un par; esta convicción como
obstaculizadora de la violencia destructiva supone visibilizar la capacidad de actuar en
libertad que le asiste al diferente, pero también la supresión de la arbitrariedad, el miedo y
el terror por constituir factores de riesgo que atentan contra la integridad de los más
vulnerables.
En razón de lo expuesto Arendt (2005), propone una serie de valores cardinales que
procuran establecer el orden socioeducativo, como el estado armónico que se encuentra
mediado por “la libertad de expresar las opiniones, el derecho de escuchar las opiniones de
los demás y ser asimismo escuchado, como componentes inalienables de la libertad” (p.
160). A estos principios medulares del entendimiento desde la reciprocidad, se le adjudica
el desarrollo del sentido convivencia, de libertad y espontaneidad que ayudan al individuo a
cohesionar esfuerzos en torno a adoptar el proceder ciudadano que garantice la coexistencia
como una necesidad vital, cuya satisfacción amerita la unificación de esfuerzos de todos en
torno al verdadero encuentro desde la reconciliación.
Para Arendt (2009), un requerimiento tangencial de la vida en comunidad supone la
capacidad de oír y escuchar al otro, integrándolo de este modo a la vida colectiva, a la esfera
pública que le reconoce como un igual, estimando sus valores, sus prácticas e intereses
importantes; este requerimiento que fundamenta el vivir juntos implica la ruptura de las
distancias que separan destructivamente y, en su lugar conducir la existencia hacia puntos
de encuentro común, en los que los que la permanencia grupal garantice progresivamente el
manejo de las diferencias hasta llegar a la denominada convivencia desde el reconocimiento
recíproco.
Esto supone, reemplazar los aspectos perniciosos en un intento por encontrar nexos
perdidos y reconstruir nuevos, con la finalidad de ampliar las posibilidades para definir
condiciones de relacionamiento que sustancien la perdurabilidad de los vínculos, las
oportunidades de intercambio desde el respeto y la configuración de parámetros en función
de los cuales garantizar que la vida en comunidad se encuentra unida por lazos comunes, en
los que la libertad ocasión al libre proceder, a la autonomía de existencia y, por otro lado,
a la visibilidad que le permita al otro actuar dentro de cualquier espacio en igualdad de
derechos (Arendt, 2009).
Este proceder como resultado de la comprensión de la actuación debida en la vida
pública, insta a reemplazar los intereses individuales hasta lograr que cada sujeto logre
agruparse en función de una auténtica cohesión, en la que el manejo de las diferencias
responda al reconocimiento de la pluralidad humana, a la que Arendt (2009), entiende como
una manera para manejar el aislamiento por discriminación, que aunado a fomentar la
destrucción de las posibilidades de un mundo común, responden a factores de riesgo que
elevan la exclusión. En tal sentido, la construcción de una convivencia escolar potenciadora
de la vida armónica y saludable para quienes la conforman, parte de “la trascendencia de la
libertad personal o de la propia vida y entrar en un mundo que todos tenemos en común”
(Arendt, 2009: 72).
Esta necesidad de construir un mundo compartido como medio para lograr la
supervivencia humana, no implica en modo alguno la superación de las contradicciones,
sino más bien, el manejo de los aspectos álgidos a partir de los cuales lograr acciones
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 66
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
comunicativas y dialogantes en las que se intercambien posiciones frente al otro, en la que
la ampliación de la capacidad para pensar las diferencias conduzca a un estado de
entendimiento recíproco; este nivel de comprensión entre individuos social, ideológica y
culturalmente, además de despertar el verdadero sentido de la unidad que articula
sentimientos y espacios comunes de encuentro, se entiende como el resultado del
acompañamiento sistemático a los sujetos en formación, en un intento por lograr la
denominada realización humana que invita a la búsqueda de intereses colectivos que
sustancien la vida en común.
Un aspecto al Arendt le dedica especial importancia, refiere a la identidad personal
como una construcción social y cultural que en el contexto educativo debe conducir al
descubrimiento no solo propio de la riqueza en cuento a creencias, formas particulares de
ver el mundo y modos de relacionamiento, sino además, de los rasgos propios que encierra
el otro y, que exhiben la contigüidad humana que nos hace semejantes apuntalando de este
modo una trama de relaciones que abren un abanico de oportunidades para reinterpretar la
necesidad de convivir más allá de las divergencias hasta solidificar la denominada
pertenencia humana.
Esta búsqueda de la interrelación humana sustentada en el reconocimiento del otro y
de sus diferencias, conducen a renunciar a los factores socio-históricos y de las fronteras que
fragilizan la convivencia, para construir lazos de encuentro y reencuentro que amplíen la
confianza, el trato enteramente digno y la motivación en torno al conocer en profundidad al
otro hasta adquirir la comprensión profunda que eleve la convicción de darle continuidad al
vivir bien. Esto refiere a la función socializadora de la institución, consistente en estabilizar
la organización del contexto educativo para lograr la consolidación de cometidos
importantes como “actuar y hablar juntos en los mismos términos de respeto que potencie
actitudes civilizadas y válidas por sus razones” (Arendt, 2009: 224).
Un planteamiento medular de la obra de Arendt (2009) sobre la convivencia, refiere
a la autonomía y la libertad positiva, como valores universales que entrañan la adopción del
respeto por la coexistencia fundada en el entretejido de vínculos que dan lugar a la expresión
del ser, de los aspectos inherentes a la personalidad, de las percepciones y cosmovisiones
particulares; como dimensiones que conforman la compleja condición humana y, que
además, demanda de la educación para la convivencia, la sensibilización del individuo hacia
el “mantenimiento de la vida y el entrenamiento y práctica del vivir” (p. 237).
Esta mirada sobre la convivencia además de referirse a la inclusión, también
involucra el valor de la seguridad como la sensación de resguardo y cobijo que emana del
relacionamiento positivo como resultado de edificar un mundo común, más consciente, más
humano, en el que se le otorgue validez y legitimidad al vivir en comunidad, asumiendo las
normas que armonicen las interacciones y refuercen el compromiso con el bien común. Para
Arendt (2009), la vida en sociedad depende de dos aspectos importantes que deben
asumirse para el acogimiento del otro, es decir: la precisión del verdadero significado de la
coexistencia y, la adopción del proceder ciudadano que va más allá del reconocimiento, más
allá de la comprensión empática hasta trascender al convencimiento de que quienes integran
el contexto cotidiano gozan de la condición de iguales.
De allí, el énfasis en cimentar una vida social mediada por la unidad, en la que de
ninguna manera se trata de suprimir la existencia de particularidades, cualidades
diferenciadoras entre sujetos, sino más bien conducir a la praxis del interés común que
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 67
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
revitaliza la cohesión, procura darle permanencia a valores universales como la justicia y el
trato paritario que adhiera a quienes confluyen en el contexto educativo al proceder
ciudadano consciente. Esto refiere a la convicción sobre la condición de igualdad que reposa
sobre cada individuo, cualidad que no solo conduce a la reducción del individualismo
excluyente y en ocasiones intolerante sino además, a la adopción de comportamientos
democráticos que pretenden reivindicar la participación real, efectiva y paritaria del otro en
los asuntos de la vida socioeducativa (Arendt, 2006).
Para la autora, el valor de la formación en ciudadanía se encuentra determinado por
la posibilidad de coexistir a través de la denominada unidad positiva que admite la
diversidad, suprime la coacción y la creciente capacidad destructiva, adoptando el sentido
de corresponsabilidad con la praxis de la solidaridad que aunado a potenciar el encuentro
también refuerza la necesidad de vivir en paz, de cohabitar juntos; cometidos estos que
refiere al descubrimiento del verdadero sentido de compartir la vida en comunidad. En tal
sentido, es preciso aludir a la idea de actuación concertada, en la que los individuos
conociendo sus diferencias, las particularidades inherentes tanto a su pertenencia como a
sus cosmovisiones deciden colocar en acuerdo mutuo condiciones que garanticen
comportamientos cívicos como manifestación de la valoración mutua de los valores
inherentes al ejercicio de la ciudadanía.
Según propone Galindo (2015) en Arendt se precisan valores importantes asociados
con el entendimiento y la convivencia humana, entre los que se mencionan: el
establecimiento de mecanismos de comunicación que permitan la gestión de conflictos, la
expresión en libertad del pluralismo en un mundo diverso, el uso del diálogo con asertividad
cualidad que se le adjudica a las sociedades democráticas, el manejo de la interacción
respetuosa y en igualdad de condiciones como el fundamento para estar, compartir y habitar
juntos. Además, la idea de seres únicos asociada con el interés común supone una
posibilidad para reducir las condiciones de desigualdad.
También, el uso de la deliberación como un proceso mediado por condiciones de
participación e inclusión, en el que todos los individuos de una sociedad tienen las mismas
posibilidades para intercambiar posiciones en torno a las situaciones comunes que aquejan;
y, que demandan la puesta en diálogo de los diversos actores que coexisten en un
determinado contexto para pautar acuerdos que redunden en el interés general. Esto
implica, la posibilidad de llegar a la concreción de acciones conjuntas en función de
redimensionar el valor de comunidad, es decir, en las que el cometido común sea la
eliminación de las fronteras y la transformación de los diversos escenarios en lugares en los
que se visibilicen las particularidades sociales, ideológica y culturales.
En suma, los aportes de Arendt dejan por sentada la necesidad de lograr el
entendimiento recíproco desde la praxis activa del respeto, condición que refiere a la
manifestación plena de la voluntad y la capacidad para asumirnos como iguales, como
ciudadanos con la disposición y la convicción para convivir tanto pacífica como
armónicamente fijando propósitos comunes a través de los cuales se enaltezcan virtudes
cívicas que refuercen la idea ciudadanía. Este énfasis en la adopción de actitudes virtuosas
se encuentra estrechamente relacionado con el manejo de la justicia, el bien común y la
equidad, como valores universales desde los que es posible reivindicar el espíritu público y
solidario de actuar en pro de garantizar la coexistencia en condiciones dignas, mediadas por
la libertad y la autonomía.
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 68
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
3. Victoria Camps. Educación en valores, un requerimiento permanente
para el logro de la convivencia pacífica y armónica
Formar para el ejercicio de la ciudadanía y el proceder en función de los valores
cívicos, entraña un compromiso ineludible con la convivencia; en la que cada individuo,
asumiéndose responsable de su actuar reconoce el lugar que ocupa en el mundo y, el lugar
que a su vez ocupa el otro, asumiendo que su actuar se encuentra mediado por límites que
garantizan la coexistencia en igualdad de condiciones. Estos cometidos ampliamente
reconocidos por Camps, procuran educar a la sociedad para el alcance de un estado de
conciencia moral y ética, que eleve las posibilidades para conducir el proceder con apego a
acuerdos mutuos que garanticen la convivencia pacífica.
Para Camps (2011), la educación como eje vertebrador de la convivencia democrática
en todos los escenarios de la vida social, cumple con el propósito de orientar las relaciones
humanas hacia fines tanto justos como responsables, que le permitan al individuo asumir
como parte de su repertorio actitudinal el tratamiento simétrico, el compañerismo y el
manejo de la confianza mutua, como principios universales de los que dependen la
recuperación de la seguridad que vela por motivar la sensación de resguardo, de cobijo. En
Camps (1999), el respeto por la libertad del otro, por el proceder autónomo constituyen
mecanismos esperanzadores que apuntalan la convicción de vivir en comunidad
prescindiendo de intereses personales por propósitos colectivos que redunden en el
fortalecimiento de la cohabitación que vela por la bien común, por el sentido paritario de las
interacciones y por la participación en igualdad de condiciones.
En razón de lo planteado, los aportes de Camps (2000), reiteran que la convivencia
socioeducativa supone el emprendimiento de un camino común, en el que cada individuo
asumiéndose responsable de su actuación, se convierta en un agente con la disposición para
proceder con apego a valores como la igualdad, la paz, la tolerancia y la libertad. Este énfasis
refiere a la convivencia como un ideal sustentado en la necesidad de construir espacios en
los que prime la búsqueda permanente de un mundo mejor, en el que sus habitantes
asumiendo la convicción de vivir bien, aprendan a gestionar sus problemas, sus diferencias
y conflictos.
Desde esta perspectiva, la convivencia saludable parte de la praxis del diálogo
simétrico y de la comunicación asertiva, que le permita a los participantes de la institución
educativa proceder en torno al deber ser, es decir, con apego a la corresponsabilidad de
integrar la solidaridad y la tolerancia a su propio proyecto de vivir bien (Camps, 1991). Esto
implica, adherir sus intereses personales a propósitos colectivos que orienten su existencia
hacia la prosecución del bien común, a la satisfacción de las necesidades individuales y
grupales, garantizando de este modo el establecimiento de vínculos que enriquezcan el vivir
dignamente, pero además, asumir como premisa la idea de trascender las diferencias que
nos particularizan hasta lograr la adhesión a la idea de ciudadanía, como la condición que
nos une e incrementa el sentido de pertenencia.
La idea de iguales pero diferentes, supone implícitamente la posibilidad de
reconocimiento que estima al otro como un par, sin dejar de entender que sus
particularidades sociales, ideológicas y culturales no constituyen en modo alguno motivo de
distanciamiento sino de encuentro. Para Camps, la convivencia escolar se encuentra
cimentada en dos premisas fundamentales; por un lado, la posibilidad real de ser escuchado,
incluido y reconocido, y, por el otro, garantizar el ejercicio pleno de la libertad para actuar
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 69
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
en correspondencia con su diversidad, con sus particulares formas de ver el mundo y de
comprenderlo (Camps, 2007).
Para la autora, la consolidación de una sociedad avanzada requiere de una enseñanza
que responda a los requerimientos del mundo actual, es decir, el establecimiento de reglas,
códigos y principios rectores de la libertad para actuar, cuya intencionalidad sea la definición
de estilos de vida respetuosos que orienten hacia la convicción de responder por sí mismo
frente a actos cometidos contra terceros, pero también por la omisión o participación
indirecta que redimensionen respuestas hostiles, excluyentes y destructivas de la integridad
del otro. Este sentido de corresponsabilidad como garantía que eleva las posibilidades de
desenvolvimiento coherente del individuo dentro de la sociedad y, en específico dentro del
escenario educativo supone “instruir en conocimientos que unidos a valores, apuntalen la
convivencia, así como el aprender a relacionarse, asumiendo modelos de conducta que
procuren el respeto por las diferencias de opiniones, creencias e ideologías, en un intento
por evitar la marginación” (Camps, 2014: 95).
Este proceder se entiende como parte de la formación integra que involucra la
capacidad de entendimiento y la sensibilidad humana para incluir como un igual al Otro
pese a sus diferencias y particularidades. Esto refiere a su vez a la superación del
individualismo y sí, en cambio, a la actuación coherente que involucra racionalizar las
acciones en un intento por determinar los beneficios y desaciertos, los efectos perniciosos,
precisando de este modo la necesidad de hacer ajustes que aporten a la convivencia
respetuosa.
De allí, el énfasis de Camps en la necesidad de formar para la vida, sin perder de vista
la educación para la convivencia, proceso al que asume como el establecimiento de vínculos
sólidos que vehiculicen la posibilidad real de actuar de manera autónoma y libre, adoptando
el compromiso colectivo y la protección de la individualidad del otro. Para ello, la autora
considera tangencial promover el desarrollo de actitudes democráticas que impulsen al
individuo hacia un proceder ciudadano ajustado a la praxis de deberes y el ejercicio pleno
de las virtudes cívicas.
En tal sentido, la idea de civilidad como parte de la configuración de condiciones para
la convivencia escolar, requiere esfuerzos en torno al compromiso de resolver los conflictos
de manera pacífica, superando las dificultades y los intereses individuales, para adoptar
propósitos colectivos que coadyuven con la transformación del mundo de manera consciente
de la necesidad de practicar la interdependencia. Esta sensibilidad con el otro refiere al
respeto a la condición individual que permea a cada sujeto, cualidad que exige erradicar
cualquier intento de imposición ideológica o cultural, en un intento por reducir las
posibilidades de vulnerabilidad que pueda conducir a la destrucción del más débil (Camps,
2011b).
En Camps, la idea de la formación ética constituye el eje a partir del cual fomentar el
desarrollo de actitudes moderadas, ecuánimes y solidarias que le permitan el individuo
acoger la diversidad desde el respeto, lo cual, como comportamiento virtuoso redimensiona
el juicio rector y el proceder que evita el daño, involucrando dentro de su quehacer la
necesidad de impulsar la coexistencia que coadyuve a superar las diferencias que pudieran
perjudicar a los demás. Esto implica, el desarrollo del carácter consistente que potencia el
actuar empático y conforme a los parámetros de la inclusión, para lo cual, Camps considera
imprescindible mantener la estabilidad afectividad que estreche lazos entre sujetos.
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 70
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
Algunas acciones importantes en torno a la construcción de espacios para la
convivencia socioeducativa, demanda la promoción de valores fundamentales, entre los que
se precisa la solidaridad y la justicia, como antídotos contra el odio y la discordia, pero
además, como medios “adecuados para preservar la vida a través de la praxis de
comportamientos adecuados que redimensione la fuerza afectiva entre sujetos hasta
convertirlos en verdaderos ciudadanos” (Camps, 2011b: 80).
Esto implica formar individuos inteligentes social y emocionalmente, hasta lograr el
despliegue de virtudes asociadas con el estado de plenitud que, a su vez, le conduzca a “forjar
carácter, a esforzarse por vivir con alegría, gobernándose a sí mismo más por la recompensa
de vivir en sociedad que por el temor al castigo” (Camps, 2011b: 86). En estas condiciones,
es posible que el sujeto adopte responsabilidades en torno a la convivencia con la diversidad,
la tolerancia con las diferencias y la liberación de las ataduras generadas por los prejuicios
que, por sus consecuencias, distancian a unos de Otros ocasionando la emergencia de
conflictos.
Un elemento al que Camps (2000), le dedica especial atención en sus aportes a la
convivencia, refiere a la necesidad de generar acciones de cohesión social que ayuden al
encuentro, lo cual, no implica en modo alguno relativizarlo todo, sino más bien, procurar
que los grupos que confluyen en el contexto educativo acuerden principios comunes, ideas
unificadoras y opiniones que conduzcan a la convicción de vivir en comunidad sin la
imposición de intereses individuales.
Operar en esto términos demanda esfuerzos educativos asociados con la
trascendencia de la práctica de la justicia al encuentro solidario, en el que el punto medular
es el reconocimiento de la dignidad del otro, de su valía y del potencial que entraña en
mismo para fortalecer el proyecto común de la humanidad, la convivencia saludable; para
Camps (2000), la solidaridad responde a un valor capaz de adherir a los seres humanos a la
convicción de ciudadanía, a la adopción de deberes, a la construcción de relaciones
interpersonales sólidas y a la disposición de la totalidad de los recursos para estrechar lazos
de empatía.
En Camps también es preciso deducir la necesidad de vivir en paz, proceso al que
asume como un deber que implica la posibilidad de afrontar las atrocidades, humillaciones
y denigraciones, frente a los cuales, el accionar institucional debe girar en torno a educar
para actuar como verdaderos ciudadanos con la capacidad para ejercer con espíritu ético el
pacifismo que requiere la sociedad.
Un requerimiento al que Camps (2011b) dedica especial atención a lo largo de su obra,
refiere al uso del razonamiento para precisar lo bueno y lo malo; lo cual visto como un aporte
a la convivencia, se erige como el medio para accionar de manera crítica evitando, por un
lado, la transgresión de la integridad del otro y, por el otro, sustanciando las posibilidades
para recuperar la confianza recíproca, en la que cada miembro del contexto educativo
perciba la seguridad que le acompaña al integrarse a la vida colectiva o grupal.
En estas condiciones, el espíritu democrático da lugar a los fundamentos de una vida
respetuosa de las particularidades sociales y culturales, lo cual representa la consolidación
de la “convicción de que recuperar la confianza, a la se asume como la única forma de no
perder pie y mantener los valores por los que luchando durante siglos” (Camps, 2011b: 198).
Según Camps, la confianza como valor tangencial que determina la vida en condiciones
seguras y pacíficas, involucra otros procesos como la recuperación de la comprensión
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 71
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
empática, que suprime todo deseo de dominación y potencia la responsabilidad con el otro
confiriéndole a los vínculos la credibilidad necesaria para lograr la cohesión significativa y
trascendental.
A la recuperación de la confianza Camps le adjudica el establecimiento de redes de
apoyo y solidaridad en la vida escolar, por el hecho de posibilitar la concreción de otros
valores conexos como el respeto, principio mediador de las interacciones grupales que pauta
entre otros aspectos, los límites que ayuden a la funcionalidad de las relaciones
interpersonales; de allí que a la confianza se le asuma como mediadora de los vínculos que
instan al ciudadano a cooperar, es decir, que logren ver en el otro un aliado, condición que
además de vincularse con la interdependencia aporta también a la consecución de
propósitos comunes como unificadores de la vida colectiva.
Lo planteado refiere implícitamente al rol de la educación, como el proceso desde el
cual es posible recuperar no solo la confianza sino la consolidación del proceder autónomo
como valores propios de las sociedades democráticas, que al ser apuntalados con especial
énfasis se convierten en potenciadores de una vida responsable, en la que cada individuo
asuma el desafío de reducir la superposición de sus valores personales para adherirse a la
convicción de fundamentar los nexos de compañerismo y seguridad, en los que prime el
establecimiento de límites que articulen la capacidad del individuo para proceder con
autonomía desde la conciencia moral que unida al acato de acuerdos posibilite el vivir
dignamente (Camps, 2007).
Del mismo modo, construir relaciones sólidas entre agrupaciones diversas social y
culturalmente, requiere el tratamiento de diversas consideraciones asociadas con el
sentimiento moral y con el profundo sentido de la simpatía, aspectos a los que Camps le
adjudica el poder para redimensionar la “proximidad o contigüidad entre las personas, la
cuales, por estar sustentadas en el reconocimiento recíproco estrechan las conexiones
empáticas que refuercen la vida en sociedad” (Camps, 2011b: 216). Esto como parte del plan
de vida del que debe encargarse la educación, demanda fomentar en el individuo la
disposición para adoptar actitudes abiertas, flexibles y democráticas que ajusten su proceder
tanto a la racionalidad como a la actuación en razón de los límites establecidos social e
institucionalmente.
De allí, la necesidad de instar al desarrollo del reconocimiento propio y al de quienes
integran el contexto de vida inmediato, proceso social que demanda “aprender a apreciar las
virtudes y capacidades contenidas en el otro, en un intento por otorgarle el sentido de valía
que entrañamos como seres humanos dotados de una diversidad que nos particulariza,
condición que en el fondo nos vuelve semejantes” (Camps, 2011b: 230).
Esto implica, entre otras cosas, el trabajo sinérgico en torno al manejo del
individualismo, en cuyo cometido se involucre la ampliación de la compatibilidad, el
sentimiento de seguridad y la calidez grupal que minimice los efectos de la competencia que
excluye. Para ello, se considera indispensable la promoción de los valores fundamentales
asociados con los derechos que le asisten a cada individuo, como una acción indispensable
a partir de la cual dignificar “la dignidad de la persona por encima de cualquier
consideración; esto involucra el reconocimiento de la dignidad de cada cual,
independientemente de lo que sea o lo que haga” (Camps, 1999: 63).
Con respecto a la idea del reconocimiento del Otro Camps (1999), propone que la
búsqueda de la integración social como cometido de las sociedades con un elevado nivel de
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 72
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
socialización y sentido de la inclusión, debe partir de la precisión del significado de la valía
que envuelve a cada individuo, condición que implica “el reconocimiento de la dignidad de
cada quien, de su condición de ser autónomo, de su capacidad para decidir, de tener las
mismas oportunidades que cualquier otro, como principios irrenunciables” (p. 63).
En Camps, la defensa de la libertad humana y el trato igualitario, refieren a una
premisa que invita a la praxis de los derechos fundamentales que le asisten al otro, como
principios que demandan volver compatibles los derechos de cada quien con formas de vida
dignificantes, en las que las que la superación de los intereses individuales se desdibujen
convirtiéndose en actitudes colectivas que nos hagan más humanos, menos despiadados y
más comprensibles con lo diverso. Esto no implica, en modo alguno el divorcio a los valores
tangenciales que hacen la vida pacífica y armónica, en la que todo lo incompatible se reduce
al acuerdo entre partes, que permita, entre otros aspectos el fortalecimiento de los procesos
de relacionamiento grupal.
Para Camps (1999), la verdadera convivencia socioeducativa como cometido que
transversaliza los programas formativos, procura sensibilizar, humanizar y transformar la
mente hasta logra no solo la superación de la conflictividad sino “el reconocimiento de la
tolerancia como valor, el proceder en torno al pluralismo y la superación de las
desigualdades que conducen a la discriminación” (p. 65). De allí, el énfasis en la praxis de
valores universales y universalisables que movilicen voluntades y redirecciones posiciones
escépticas, privilegiando de este modo la recuperación de la confianza verdadera.
Lo planteado como parte de las relaciones de coexistencia que deben primar en el
contexto educativo, supone el respaldo a la promoción de la libertad como valor tangencial
que da espacio a la tolerancia en lo que a creencias refiere, asumiendo posibilidades reales
de convivencia que minimicen los efectos del individualismo que procuran anteponer los
intereses particulares por encima de los colectivos. De allí el énfasis de Camps (2010b), en
promover una educación que apuntale la sensibilidad social y el sentido de apertura que
conduzca al ser humano hacia modos de proceder más civilizados y cívicos que le permitan
rechazar cualquier modo de relacionamiento nocivo que por sus implicaciones apunte a la
degradación del Otro y de su dignidad.
Es a partir de la praxis del poder transformador de la educación, que se considera
posible la recuperación del tejido social, proceso consistente en superar las creencias y los
intereses particulares, para adoptar actitudes nuevas que eviten vicisitudes al interior de los
diversos escenarios de convivencia. Para ello, la estrategia más idónea que pudiera asumirse
consiste en la revisión de las propias construcciones ideológicas y socioculturales, en un
intento por determinar si sus aportes a la convivencia socioeducativa representan un modo
de validar actuaciones positivas y cohesionadoras fundadas en la tolerancia y el pluralismo,
la igualdad y la libertad, la paz y la defensa de la dignidad” (Camps, 1999: 68).
En tal sentido, se trata de vivir para respetar al otro asumiendo sus particularidades
sociales e ideológicas, con la finalidad de lograr la convicción que le otorgue sentido al
reconocimiento desde la reciprocidad y el respeto. Para Camps (1999), los valores necesarios
para garantizar la vida armónica y pacífica, sugiere trabajar en razón de la promover los
siguientes valores universales “justicia, coexistencia en condiciones de solidaridad, en el
respeto mutuo que significa proceder en razón de la solidaridad, el orden y el civismo” (p.
70).
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 73
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
Este proceder como parte de la formación ciudadana, refiere a la necesidad de instar
al individuo a asumir comportamientos coherentes, en el que se asuma la responsabilidad
de integrar formas de sensibilidad que hagan posible la interacción desde el sentido de
apertura que redimensione la voluntad de cooperar, cohesionar intereses y lograr acuerdos
que hagan compatibles los vínculos humanos en razón del bien común. De allí, la insistencia
en formar una identidad moral sólida que redimensione el sentido de comunidad, la idea de
vida buena y los ideales tanto de libertad como de felicidad que, junto a las virtudes cívicas
amplíen las posibilidades para vivir en condiciones democráticas, garantizando que cada
sujeto actúe libremente, piense con responsabilidad y asuma el desafío de convivir de
manera armónica.
Del mismo modo, una idea ampliamente defendida por Camps, refiere a la libertad
positiva, a la cual le adjudica el poder para el ejercicio de virtudes cívicas como aquellas
asociadas en principio con el dominio y el autocontrol, con la capacidad para definir límites
de actuación y precisar los aspectos que pudieran dar lugar a la conflictividad. Esta libertad
positiva se entiende también, como el punto de partida para precisar soluciones diversas a
conflictos complejos que ameritan no solo la disposición para definir acuerdos sino la
capacidad para pensar las alternativas que más convengan a todos y, que respondan a los
criterios del bien común. En razón de lo expuesto, convivir en forma pacífica supone
esfuerzos formativos en los que el sujeto adopte normas, reglas y códigos asociados con la
participación, la receptividad y la praxis tanto de derechos como de deberes (Camps, 2010b).
Esto implícitamente refiere a la disposición ciudadana para convivir en sociedad, en
democracia y con apertura al pluralismo, como requerimientos para lograr la inclusión
fundada en el reconocimiento tanto de la condición humana que le hace merecedor de
respeto, pero además, portador de los derechos fundamentales que garantizan el alcance de
una vida individual en libertad, en autonomía y sustentada en el proceder justo, en el que
cada quien sabiendo que comparte esta cualidad con Otros de pertenencia diversa, se ven
instados a edificar los lazos de fraternidad que conduzcan a una vida en común (Camps,
1999).
Lo planteado deja ver en Camps (1999), un especial énfasis en la defensa de las
libertades individuales como imperativos de la convivencia que invitan a superponer el
resguardo de la dignidad humana por encima de cualquier interés personal e individualista,
en un intento por garantizar una existencia vivible y justa; por ende, la autora entiende a la
convivencia como el cometido que puede consolidarse dependiendo de la compatibilidad
existente entre intereses tanto individuales como grupales, proceso que es posible mediante
el acuerdo de directrices compartidas que frente a situaciones de confrontación, crisis,
incertidumbre o conflictividad configuren el orden necesario para mantener la paz, la
armonía y el tratamiento tolerante.
En estos términos, superar las crisis de convivencia por los que atraviesa el escenario
educativo demanda esfuerzos recíprocos y sinérgicos en torno al logro del consenso, que
redimensione el proceder cívico, humano y civilizado que rechace la intolerancia y le otorgue
valor al pacifismo, a la superación de las discriminaciones que atentan contra la dignidad e
integridad humana, en cuyas implicaciones socio-históricas se precisan la reducción del
pluralismo y la diversidad como cualidades humanas no reconocibles; frente a este desafío
por demás complejo, el encuentro mediado por la educación intercultural toma especial
importancia, por estrechar voluntades y vínculos profundamente enraizados en la
superación de las creencias infundadas, a las que se les adjudica la adopción de posturas
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 74
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
intransigentes y arbitrarias que, en ocasiones han debilitado la sensibilidad humana y,
derivado en situaciones extremas que han motivado rupturas destructivas responsables de
los distanciamientos injustificados entre agrupaciones humanas con diversa pertenencia.
Uno de los aportes medulares de la obra de Camps (2011) sobre la convivencia, refiere
al fortalecimiento de la denominada autoestima, como una construcción social que involucra
aspectos de la vida individual del sujeto, como el descubrimiento de su valía, la precisión de
su magnanimidad, de los contenidos socio-históricos y culturales que le particularizan; lo
cual supone, de alguna manera el afianzamiento de la confianza en mismo, proceso que
desde la construcción de lazos sociales se entiende como el eslabón para enfrentar los
desafíos de un mundo hostil, en el cual desenvolverse sin ocasionar daño alguno, pero
además consciente de no permitir lesiones que transgredan su integridad humana.
Este reforzamiento de la autoestima como proceso cohesionador de la vida en
sociedad, involucra la ampliación de las posibilidades para actuar y dejar actuar en libertad,
como requerimientos propios de un ser que ha interiorizado la importancia del autorrespeto
y el respeto, como valores mediadores del ejercicio pleno de la responsabilidad con el otro,
del trato justo, sensible e igualitario, como máximas en torno a las cuales debe forjarse el
denominado plan de vida individual y colectivo. Para Camps (2011), la excelencia humana
se logra en la medida en que el sujeto reconoce los límites de actuación, la adopción de
normas básicas y la superación de los deseos personales por la unión social en la que cada
miembro gozando de las libertades que le son inherentes en tiempos de progresividad en
materia de derechos humanos, logre alcanzar el estatus de reconocimiento que le otorgue la
posibilidad real acceder a oportunidades en condiciones paritarias.
Lo esgrimido hasta ahora deja ver a la autoestima en su estrecha vinculación con la
convivencia coherente y funcional en cualquier escenario de la vida social, pues de esta
depende la supresión de factores socio-históricos que han distanciado al ser humano,
reduciendo su proceder empático y solidario a formas de actuación entre las que se precisan:
la discriminación, las desigualdades como acciones vejatorias de la humanidad que laceran
la dignidad, reducen la valía personal y recrudecen el hostigamiento. Frente a estos
problemas omnipresentes de todas las sociedades del mundo, algunas acciones estratégicas
propias de la educación para la edificación de la vida social armónica, supone la promoción
del comunitarismo y el reconocimiento de la multiculturalidad, como acciones a partir de
las cuales alcanzar la cohesión social mediada por la inserción del yo individual en el yo
colectivo (Camps, 2011).
Para Camps (2011), la vida en sociedad para funcionar estable y equilibradamente,
requiere de la formación de ciudadanos comprometidos con el quehacer tanto cívico como
racional, es decir, con la disposición para precisar beneficios colectivos, estimar la visión del
otro para construir espacios comunes de coexistencia, participación e interacción que
ayuden en la superación de las vulnerabilidades sociales que pudieran derivar en conflictos;
en razón de lo planteado, se le adjudica a la educación el poder para motivar no solo el
autoconocimiento sino el conocimiento de las cosmovisiones que interactúan en el contexto
institucional, como elementos a partir de los cuales estrechar lazos encuentro que ayuden
en la tarea de resolver las contradicciones multifactoriales.
Lo dicho como parte de los esfuerzos por alcanzar la integración social, invita a
quienes participan de la vida socioeducativa a desarrollar habilidades y competencias
sociales que, como elementos asociados con la vida cívica contribuyan a corregir los efectos
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 75
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
de las desigualdades y, en su defecto conjugar la vida justa con el bien común, que le permita
a cada individuo desenvolverse en condiciones de libertad positiva y plena; para Camps
(2011), la convivencia es el resultado del compromiso con la praxis de la equidad, pero
además, con la capacidad para identificar límites y obligaciones ciudadanas que conduzcan
al individuo a “vivir bien consigo mismo relacionándose bien con los demás” (p. 269).
Más adelante Camps y Giner (2014), plantean que la vida en comunidad es posible
siempre y cuando la conciencia moral se erija como el eslabón capaz de mediar el manejo de
las diferencias, de las particularidades que entrañan la coexistencia; esta conciencia moral
es además, la impulsora de esfuerzos cohesionadores que dan lugar al establecimiento de
acuerdos racionales en cuyo contenido se precisan la unificación de voluntades en torno a
propósitos comunes; esto como resultado del manejo del individualismo, de las
particularidades heterogéneas, instan al sujeto en formación a superponer la valía personal
y humana por encima de los intereses egoístas y, por consiguiente, a sustituir la fuerza
arbitraria por la mediación, por el consenso y el diálogo en condiciones simétricas, como
mecanismos a partir de los cuales gestionar soluciones que beneficien a todos por igual.
Desde lo planteado, la búsqueda del encuentro entre cosmovisiones diversas,
responde a un cometido ampliamente promovido por Camps (2007), que demanda entre
otros aspectos, la necesidad de educar para la ciudadanía responsable, proceso asociado con
la praxis del proceder vico que conduce al trato respetuoso, fundado en el manejo de la
reciprocidad, como valores universales que apuntalen la actuación civilizada de las
generaciones presentes y futuras; de allí, el énfasis de Camps en promover el
comportamiento social fundado en normas, en leyes y acuerdos jurídicos que mantengan
dentro del marco de la democracia, la convivencia armónica, funcional y pacífica.
En función de lo planteado Camps (2000), le adjudica especial importancia a la
educación en valores como el proceso que procura guiar al individuo hacia fines comunes, a
modos de proceder éticos y morales, a formas de proceder civilizados que redimensionen la
posibilidad de coexistir sin atentar contra la integridad del otro, contra su bienestar y
dignidad; frente a estos desafíos propios de todos los tiempos el cultivo de la disciplina
razonable y el autodominio se entienden como ejes a partir de los cuales entretejer el
denominado bienestar generalizado que, como parte de los propósitos de la educación en
ciudadanía procura adherir al individuo a principios universales que superen los conflictos,
que atiendan la inclusión y fomenten el reconocimiento pleno de quien goza de una
pertenencia diversa.
En Camps (2000), la idea de trato justo y dignificante no solo refiere a la adopción de
actitudes unidas al compromiso de edificar un mundo común, sino además, a un propósito
tangencial que insta a la praxis desde la convicción tanto de la tolerancia como de la
solidaridad, la paz positiva y el sentido de corresponsabilidad, como elementos comunes que
procuran cohesionar las diversidades sociales, culturales e ideológicas, impulsando de este
modo el proyecto común de la humanidad: vivir y convivir pese a las cosmovisiones
particulares.
Esto refiere a un aspecto tangencial de la convivencia socioeducativa, se trata de la
comprensión por parte de los miembros de este contexto particular de las situaciones
conflictivas por las que atraviesa la realidad social, frente a la cual, la tarea de la enseñanza
crítica juega un papel tangencial al desarrollar la convicción en torno al proceder continuo
de respetar y proteger al Otro, pero además, de garantizar que su modo de relacionarse debe
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 76
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
fundarse en el manejo de los límites normativos establecidos por la institución, como
acuerdos en función de los cuales garantizar una vida común en la que primen las libertades
individuales (Camps, 2001). Esto constituye una invitación a la permanente búsqueda del
entendimiento recíproco, como valor universal que propicia las condiciones para que cada
sujeto independientemente de su pertenencia, logre expresar en condiciones de libertad lo
que piensa, manifestar su propia cosmovisión y superar los prejuicios.
Para Camps (2001), la instauración de la solidaridad como valor cohesionador de la
coexistencia humana, sugiere la ampliación de las posibilidades del encuentro que
dignifique y redimensione la conciencia individual para aceptar la diversidad de
pensamiento, como el requerimiento que por sus implicaciones favorece la capacidad para
operar racionalmente en torno a la edificación de los cimientos de una convivencia posible,
saludable, funcional y buena. Desde esta perspectiva, la vida al interior de la institución
educativa debe procurar la potenciación de la razón moral para impulsar comportamientos
justos y democráticos que hagan posible el estrechamiento de nculos humanos
indisolubles que, fundados en la cohesión de voluntades individuales aporten a la
recuperación del tejido social.
En Camps (2007), la verdadera cohesión social depende de la actuación pertinente de
los procesos educativos, en lo referente a la gestión de la diversidad y del pluralismo, como
requerimientos unificadores de una vida común que gire en torno a la felicidad, a la
coexistencia plena en la que cada sujeto comprenda la importancia de aceptar, respetar
mutuamente e integrar a sus relaciones la mediación ética que estreche la acogida del
diferente. Para la autora, lo planteado es el resultado de puesta en marcha acuerdos de
ciudadanía que apuntalen el bien mayor (el respeto recíproco), el interés común en beneficio
de todos, garantizando de este modo el trato digno al más débil, al más vulnerable y, al que
histórica, social y culturalmente ha sido excluido.
Lograr estos cometidos como ejes de la convivencia socioeducativa en condiciones
dignas, invita a pensar otras realidades, otras cosmovisiones y pertenencias, con la
intencionalidad de comprender formas de vida, valores y creencias desde una postura
empática; actitud de la que se desprende el descubrimiento del carácter compuesto de
nuestra identidad, de las conexiones directas e indirectas con el Otro, de los rasgos
culturales, históricos y sociales que nos unen, nos hacen semejantes y sujetos a la posibilidad
de coexistir sin distinción alguna. Este encuentro consciente sugiere precisar
particularidades socioculturales, a partir de las cuales estrechar puentes de interacción que
sustituyan los prejuicios por actitudes ciudadanas de acogida plena, en la que el humanismo
cívico se erija como el eslabón común que favorezca entretejer la libertad individual (Camps,
2006).
En síntesis, la convivencia como resultado de la capacidad para razonar y reflexionar
en torno a propósitos comunes, supone el despliegue de la disposición para actuar sin limitar
la libertad del otro. Esto involucra esfuerzos recíprocos enfocados en la gestión de conflictos,
pero también, demanda la flexibilidad para alcanzar el establecimiento de acuerdos, la
armonización de voluntades y la transformación de intereses colectivos en propósitos
comunes, es decir, de concesiones que garanticen la no supeditación de la voluntad del
diferente a la cosmovisión propia; en otras palabras, convivir en momentos de conflictividad
multifactorial, demanda la definición de normas que reglen los modos de relacionamiento,
pautando códigos de conducta que refuercen la coexistencia pacífica, tolerante y solidaria.
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 77
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
Conclusiones
La búsqueda de la paz positiva y el encuentro desde la reciprocidad, constituyen ejes
tangenciales comunes a las autoras Arendt, Camps y Cortina, en cuyos postulados se estima
la urgencia de intervenir los diversos escenarios en los que el ser humano hace vida, con la
intencionalidad de enfrentar los embates de una conflictividad que amenaza con destruir la
convivencia funcional; en tal sentido, impulsar una visión de mundo común insta a los
sistemas educativos a promocionar la interiorización de valores que revitalicen los vínculos
humanos positivos y la conciencia que ayude a visibilizar al otro, mediante acciones
concretas vinculadas con el diálogo, el respeto a la diversidad, la tolerancia y la
comunicación edificante que apuntale la vida en comunidad.
En Arendt, se precisan aportes a la convivencia escolar positiva que instan a
permanecer en la praxis de valores asociados con el vivir en armonía desde el estrechamiento
de lazos sólidos de respeto, tolerancia y solidaridad, en el que el reconocimiento de la
pluralidad se entiende como un factor vinculado con la potenciación de la función
estabilizadora de la protección inherente a la institución educativa. En estos términos,
convivir juntos supone el declinar los intereses individuales y el apego al bien común,
responsable de engendrar el sentido de unidad y de pertenencia que coadyuva a cohesionar
intencionalidades y voluntades en torno a la coexistencia.
De allí, el especial énfasis de Arendt en la consolidación del respeto a la pluralidad,
como el valor responsable de equilibrar los nexos entre agrupaciones, de reducir la fuerza
destructiva y de desplegar los medios necesarios para evitar imposiciones, discriminaciones
y la emergencia de actuaciones tanto intolerantes como violentas que atenten contra la vida
armónica y pacífica en el contexto educativo.
Por su parte Camps, en sus aportaciones a la educación en valores deja ver que la
construcción de un camino común fundado en la justicia, la paz y la equidad, constituye la
alternativa para lograr una sociedad viable y, por ende, la transformación del contexto
educativo en un espacio seguro, en el que cada individuo auto-perciba la protección
emanada de los mecanismos de resguardo propios de la escuela. El énfasis de la autora se
ciñe a la necesidad de reivindicar la diversidad, mediante la formación de ciudadanos
democráticos y plurales, cuya disposición para actuar en el contexto socioeducativo es
permeado por la responsabilidad y el compromiso con la coexistencia.
Para ello, la consolidación de nexos desde la interdependencia como aporte
tangencial de Camps, constituye el eje articulador de valores importantes como la empatía,
la comprensión profunda de la vida, los intereses y actitudes del otro, la recuperación de la
confianza y el ejercicio de las libertades individuales, como parte del establecimiento de
condiciones de vida democráticas, en las que cada sujeto logre el reconocimiento de las
particularidades que le hacen diverso y, por consiguiente merecedor de respeto. Por ende, la
recuperación de la confianza como eje mediador de las relaciones sociales opera también
elevando las posibilidades para actuar en autonomía y desde la corresponsabilidad de
expresar posiciones personales que puestas en consenso apuntalen la vida pacífica en el
contexto socioeducativo.
Esto sugiere una reducción significativa de los intereses personales como una manera
de apuntalar la vida social y en comunidad, frente a la cual, el antídoto es la praxis de
virtudes que orienten al individuo hacia la construcción de espacios en los que prime el
ejercicio pleno de la democracia, en el que además, la justicia, la equidad y el bien común,
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 78
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
se conviertan en mediadores de los vínculos humanos. Para Cortina estos requerimientos
refieren a la construcción de ciudadanía, como el proceso que procura el operar de las
personas en forma sociable, en libertad y autonomía, pero además, con la flexibilidad
comunicativa para establecer acuerdos, definir los parámetros de una amistad edificante y
cívica que garantice el advenimiento de un elevado nivel de conciencia.
Esto implica la instrumentalización de esfuerzos en torno a la corresponsabilidad de
adoptar comportamientos coherentes, cohesionadores y con fundamento en el trabajo
conjunto, que ayude a quien asiste a la institución educativa al proceder justo y
equitativamente, estableciendo límites y el respeto de quienes integran su contexto de vida;
pero además, la formación humana que potencie el verdadero sentido de la solidaridad y
hagan de la vida en sociedad un espacio para el libre proceder, para la manifestación plena
de una perfecta conjugación entre interdependencia y autonomía.
Es preciso indicar, que un aspecto conclusivo común a las autoras, refiere a la
necesidad de motivar la reflexión profunda como un modo de fortalecer la reconciliación,
valor humano que orienta la actuación coherente, abierta y dispuesta a superar los
extremismos y, en su lugar, a adoptar actitudes proactivas que reduzcan el malestar del Otro;
esto supone una convivencia en la que se desdibujen las desigualdades como expresiones de
malestar a las que se le adjudica la persistente destructividad humana, en la que prima la
confrontación de las identidades y la contraposición de las pertenencias.
También, es posible precisar como eje que transversaliza los aportes de las autores, la
idea de espíritu público, como una manifestación activa de la ciudadanía que aporta no solo
a la convicción del respeto por el otro sino a la adopción de una vida fundada en la praxis del
sentido de comunidad, como propósito que entraña el diálogo entre quienes conforman
determinado contexto, lo cual debe entenderse como un modo de nutrir la coexistencia
cimentada en el desenvolvimiento autónomo del pluralismo y la diversidad que permean la
pertenencia de cada sujeto.
En suma, la vida en común como valor tangencial de la coexistencia humana en
cualquier contexto y dimensión de su desempeño, precisa en Adela Cortina, Hannah Arendt
y Victoria Camps, aportaciones tanto teóricas como prácticas a partir de las cuales construir
espacios pacíficos que reduzcan los efectos destructivos de la conflictividad multifactorial
por la que atraviesa la institución educativa en su quehacer como actor de socialización;
algunos planteamientos que transversalizan sus referentes conceptuales refieren a la
necesidad de trabajar en torno a la reducción del individualismo y a la promoción del sentido
de comunidad, en el que se reconozca la existencia del otro, los derechos y garantías
inherentes a su condición humana, acomo la estimación de la valía personal, del trato
digno y la especial consideración a la irrenunciable autonomía de quienes integran el
contexto de vida.
Referencias
Arentd, H. (1997). ¿Qué es política? Barcelona: Editorial Paidós.
Arentd, H. (2005). La promesa de la política. Buenos Aires: Editorial Paidós.
Arentd; H. (2006). Sobre la violencia. Madrid: Alianza Editorial.
Arentd, H. (2009). Condición humana. Buenos Aires: Editorial Paidós.
Morales, J. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 53-79 79
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
Arentd, H. (2018). Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política. Ciudad de
México: Editorial Paidós.
Camps, V. (1991). Virtudes públicas. Barcelona: Espasa.
Camps, V. (1996). El malestar de la vida pública. Madrid: Grijalbo.
Camps, V. (1999). Paradojas del individualismo. Barcelona: Editorial Crítica.
Camps, V. (2000a). Qué hay que enseñar a los hijos. Barcelona: Nuevas Ediciones de Bolsillo.
Camps, V. (2000b). Los valores de la educación. Madrid: Editorial Anaya.
Camps, V. (2001a). Una vida de calidad. Reflexiones sobre la bioética. Barcelona: Editorial Crítica.
Camps. V. (2001b). Introducción a la filosofía política. Barcelona: Editorial Crítica.
Camps, V. (2002). Principios, consecuencias y virtudes. Revista de Filosofía, 27, 63-72.
Camps, V. (2006). Historia de la ética. La ética moderna. Barcelona: Editorial Crítica.
Camps, V. (2007). Educar para la ciudadanía. Sevilla: Fundación ECOEM.
Camps, V. (2010a). Manual de civismo. Madrid: Ariel.
Camps, V. (2010b). El declive de la ciudadanía. La construcción de la ética pública. Barcelona: GP
Actualidad.
Camps, V. (2011a). Creer en la educación. Madrid: Editorial Quinteto.
Camps, V. (2011b). El gobierno de las emociones. Barcelona: Herder Editorial.
Cortina, A. (1999). El quehacer ético. Guía para la educación moral. Madrid: Santillana.
Cortina, A. (2002). Educación en valores y responsabilidad cívica. Bogotá: Editorial El Búho Ltda.
Cortina, A. (2009). Ciudadanos del mundo. Hacía una teoría de la ciudadanía. Madrid: Alianza
Editorial.
Cortina, A. (2013) ¿Para qué sirve realmente la ética? Barcelona: Paidós.
Cortina, A. (2021). Los valores de una ciudadanía activa en educación, valores y ciudadanía.
Madrid: Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencias y la
Tecnología y Fundación SM.
Galindo, C. (2015). Hannah Arendt. La recuperación de la dignidad de la política. México:
Universidad Autónoma de Aguascalientes.
Morales, J. (2021). Un acercamiento multidisciplinar a las dimensiones del desarrollo humano.
Revista Conocimiento Educativo, 8 (1), 23-57.
Torres, G., Torres, O y Miranda, O. (2021). Adela Cortina. Educar en libertad. Revista de filosofía,
38 (99), 581-601.
REVISTA DE FILOSOFÍA
Nº 107 2024 - 1 ENERO - MARZO
Esta revista fue editada en formato digital y publicada en marzo de 2024, por el
Fondo Editorial Serbiluz, Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela
www.luz.edu.ve www.serbi.luz.edu.ve
www.produccioncientificaluz.org